martes, 1 de junio de 2010

Sobrenombres: Lo que no hay que saber

Por circunstancias que proporciona la rutina, caminaba cerca de una pareja de desconocidos que de vista lucían bastante peculiares. La señora era de una altura aproximada de 1,50 mts., mientras que el sujeto era de unos 1,80 mts, aproximados, además de tener una contextura gruesa que hace suponer que si uno hace un comentario inapropiado, se ganará un puñetazo (o una piña para los extranjeros) que lo dejará a uno con la mandíbula en buenas condiciones: en un congelador camino al hospital para volver a ser encajada.

Si ya de apariencia la escena era graciosa al imaginar las implicancias prácticas de las diferencias físicas de ambos, más gracioso aún fue, el escuchar a la señora decirle a su hombre: - “Creo que por acá no dejaste el auto, Culli”. (Para los extranjeros, un Culli es como un Hamster, pero más pequeño).

Por respeto a ambos es que no me oriné encima de ellos. Bueno, y por respeto a mi, para no ganarme un manotazo. El asunto es que en mi cabeza sólo cabían dos supuestos para que la mujer llamara de esa manera a su hombre:


1.- El hombre debía tener una voz de ardilla insoportable; ó
2.- El hombre debía tener el pene de un largo aproximado de 0,2 centímetros.


Al llegar a mi casa, y después de llorar acurrucado en mis aposentos y preguntarme sobre el sentido de la vida, vuelvo mentalmente a la escena y me pongo a pensar en las razones y los distintos sobrenombres que las parejas suelen tomar. Al respecto, puedo decir lo siguiente:



RAZONES PARA LOS SOBRENOMBRES EN LA PAREJA.

Un acabado (a medias) estudio realizado por el centro de estudios “Mi computador S.A.”, ha determinado que las parejas suelen llamarse de determinadas formas, la cuales, su nivel de cursilería es proporcional al buen momento que estén pasando. La razón simplista de esto, es tener un diferenciador explícito para cuando uno de los dos, quiere hablar algo serio o llamar la atención sobre algo que le molesta. Quienes defienden la tesis de que es por cariño, de seguro son los que tienen los peores sobrenombres, o simplemente añoran que alguien les tenga uno.


Aquí, algunos ejemplos de las circunstancias diferenciadoras: 
BUEN MOMENTO:

 
Ella: Oiga, mi ornitorrinquito, ¿me compra palomitas para ver la película?
Él: Bueno, mi Ángel, la niña de las flores; Llenas, los prados de colores, Nos rodeas con tu bondad…

MAL MOMENTO:

 
Ella: Oye, ¿se puede saber qué mierda te pasa, Eustaquio?
Él: ¿Qué tiene? ¡Es mi perro y hago lo que quiero con él, Raimunda!


 
También se pueden distinguir los sobrenombres, respecto de la originalidad de las personas. Están los predeterminados por la costumbre y los creados por la magia y cariño que tiene la mierda de relación:





SOBRENOMBRES ESTÁNDAR:

  • Amor (uno de los más utilizados)
  • Cielo (algunos están nublados)
  • Cariño (malo)
  • Bombón (Light)
  • Gordito (me dicen así, y me castro)
  • Negrito (generalmente ocupado por parejas neonazis)
  • Orson (gay)
  • Gatito (en celo)
  • Etc.

SOBRENOMBRES ORIGINALES:

  • Culli (Por Dios…)
  • Gokú
  • Darth Vader (me dicen así, y lloro)
  • Salamandra
  • Lapislázuli
  • Dulce de leche
  • Mazapán
  • Insaciable
  • Quitridito
  • Oreo
  • Guau-guau (a lo perrito)
  • Lilith
  • Orson (muy gay)

Si me preguntan a mi, creo que no deberían elegir ninguno de la lista. Creo que lo más sensato es llamar al otro: “¡Oye, imbécil!”, dado que así, se aseguran que los momentos tiernos y de seriedad tengan un mismo tono, por lo que el cariño tiene más razón palpable y comprobable por el contenido de la comunicación y no por los adornos de esta.

 
Sobre las razones propias de mantener un sobrenombre en particular, a pesar de mi insistencia anterior, creo que lo más recomendable es que sea digno y que sea utilizado en privacidad. Si no es así, puede que algún personaje sin vida escuche ese sobrenombre y se le ocurra hacer una entrada en su blog al respecto.



 

 
¡Adiós, Ilusos!

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